jueves, 21 de noviembre de 2013

Textos para Selectividad 2014

Aquí tenéis varios textos de opinión sobre hechos de actualidad para ayudaros a practicar el comentario crítico.


El ‘Prestige’ se hundió porque quiso

La sentencia sobre el Prestige lleva por fecha el 13 de noviembre de 2013, justo en el undécimo aniversario del desastre, pero en realidad es un documento de la era prePrestige. Una sentencia propia de la Edad de los Combustibles Fósiles. Un fósil, en sí misma. El relato es inverosímil. Todo parece fruto del azar y no existe la causalidad. Se formula, de forma indirecta o inconsciente, una especie de doctrina de la irresponsabilidad ambiental. Se blanquea la actitud de un Gobierno que nunca reconoció la realidad de una marea negra que afectó al menos a 1.600 kilómetros de costa. Se envía un mensaje patético a nivel internacional. En un peritaje modélico, los daños habían sido evaluados en 4.328 millones de euros. Pero al no haber responsables, no ha lugar a reclamación. Es decir, los daños no existen. En un anterior auto de la Audiencia, en el que se imputaba por vez primera a un político, José Luis López-Sors, se decía sobre la gestión gubernamental del desastre: “Peor, imposible”. La sentencia, puro conformismo, puede interpretarse ahora como un elogio de esa actuación. El mar puede con todo.
Bienvenidos a la prehistoria de la injusticia ambiental.
En aquellos días de otoño del 2002, el entonces ministro de Defensa y héroe de Perejil, Federico Trillo, propuso bombardear el barco. Visto lo visto, fue una lástima no haberle dado más cancha a nuestro comandante jurídico. Hoy tendríamos, por lo menos, la viñeta espectacular de un hundimiento causal, la certeza de un hombre con huevos y al mando y tal vez un proustiano conde del Prestige para celebrar este tiempo perdido.
La de Trillo fue una de las muchas declaraciones memorables en el florilegio del Prestige, aunque tuvo que competir con una alta jerarquía en plena inspiración, desde el ramalazo beat de Aznar (“Son perros que ladran su rencor por las esquinas”) al insuperable haiku de Rajoy (“Unos pequeños hilitos / solidificados / plastilina en estiramiento vertical”). Con todo, me quedo con la brillantez del aforismo del entonces delegado del Gobierno en Galicia, Arsenio Fernández de Mesa: “Hay una cifra clara, y es que la cantidad que se ha vertido no se sabe”.
Hubo dos mareas negras. Una, física, brutal, con sucesivas investidas de los miles de toneladas del fuel de la peor calaña, de uso prohibido en Europa. Y otra marea de intoxicación pública, usando el lenguaje a la manera de la Neolengua de Orwell, donde lo que se afirmaba significaba su contrario. La complejidad de este juicio, con una instrucción más que precaria, no permitía alimentar muchas esperanzas, aunque el caso Prestige era una oportunidad extraordinaria de crear un referente y ensanchar la mirada jurídica contra la gravísima violencia medioambiental. Pero les salió un fósil. El lenguaje es propio de la Neolengua. Y así dicen de la acción gubernamental: “Se tomó una decisión discutible, pero parcialmente eficaz, enteramente lógica y claramente prudente”. ¡Chapó!
El Prestige no llevaba “rumbo suicida”, dice también la sentencia, en contradicción con el anterior auto de la Audiencia. En Portugal, a modo de elegante eufemismo, suele decirse del suicida: Morreu porque quiz. Eso es lo que le pasó al barco. No hubo ni habrá responsables. Se hundió porque él quiso.






Columnistas
Los sumarios se pudren en los juzgados y en este sentido la corrupción hiede por partida doble
Manuel Vicent. 23/06/2013 00:16

El parchís no es un juego tan simple e inocente como parece. Se trata de llevar las cuatro fichas de cada jugador a la meta bajo el azar de un dado agitado con el cubilete, pero el trayecto es duro: los contrincantes van neutralizando y comiéndose las fichas unos a otros según un cálculo muy elaborado. Las fichas rojas, azules, verdes y amarillas forman en el tablero una trama muy compleja. Como en los casinos de pueblo y en las cárceles, ante la opinión pública de este país sumido en graves problemas, hoy se está jugando un diabólico parchís político a través del cual los partidos se devoran unos a otros mediante los casos de corrupción con una estrategia llena de emboscadas. Los dados que no cesan de rodar. En este momento ya han sacado de las casillas más de 800 casos de corrupción, con miles de imputados e innumerables sumarios abiertos, con otras tantas detenciones, aunque apenas ninguno de estos delincuentes haya entrado en la cárcel. Cada partido político agita el cubilete en este parchís infame con una táctica estudiada y aireada por los medios afines que se desgañitan en las tertulias. Sobre el tablero forman un equilibrio neutralizado el caso Bárcenas,los ERE fraudulentos de la Junta de Andalucía, los sobresueldos del Partido Popular, el campeón Pepiño, los hijos de Pujol, Urdangarin y la infanta Cristina, el Rey y Corina, los regalos de boda de la hija de Aznar, el Gürtel y la visita del Papa a Valencia, el asunto Pallarols de Durán Lleida, alcaldes socialistas, populares y nacionalistas pillados con las manos en la masa. Los sumarios se pudren en los juzgados y en este sentido la corrupción hiede por partida doble hasta hacer irrespirable la atmósfera desde el fondo de la justicia. Tal vez este juego del parchís nacional obedece a una estrategia maquiavélica: se trata de crear la sensación de que la corrupción se deriva de la mala organización de los partidos, un problema del que nadie es personalmente responsable. Un día no lejano alguien se acercará a la partida, pondrá el tablero del revés y dirá: quiero saber si este parchís tiene oca. Todas las fichas de la corrupción quedarán confundidas sobre la mesa y a continuación se dictará sentencia: amnistía general, tabla rasa, hay que empezar por el principio.


"Vivir fuera", Javier Cercas, 1/09/13, "El País".

Hace un cuarto de siglo viví fuera de España durante dos años, en Estados Unidos, no lejos de Chicago. Por entonces yo era muy joven y quería ser norteamericano; mejor dicho: quería ser un escritor norteamericano; mejor dicho aún: quería ser un escritor norteamericano postmoderno. Vivir fuera me enseñó algo importante: que yo era español –o al menos esa mezcla de extremeño y catalán que quizá sólo se puede llamar español– y que en consecuencia tenía que resignarme a ser un escritor español. Fue una decepción tremenda, de la que intenté vengarme entregándome con entusiasmo a las cosas que se supone que hacemos los españoles: comer a las tres de la tarde, dormir la siesta, hablar a grito pelado y demás salvajadas por el estilo. He vuelto a hacerlo. Quiero decir que he vuelto a vivir fuera, esta vez en Berlín, donde he pasado cuatro meses en la Universidad Libre, hablando de Borges. Por cierto que sólo ahora he descubierto que yo no era tan original como me creía, y que, para saber quién es, todo el mundo necesita verse desde fuera. Borges, sin ir más lejos, necesitó vivir siete años en Europa, cuando era apenas un chaval, para descubrir que era argentino, y por eso (o porque decidió hacer de la necesidad virtud) su primer libro se tituló Fervor de Buenos Aires, igual que los herederos legítimos de Borges tuvieron que querer ser escritores franceses o norteamericanos y tuvieron que vivir varios años en Europa para descubrir que eran latinoamericanos. Uno no vive fuera para descubrir a los demás, sino para descubrirse a sí mismo.

"Todo el mundo necesita verse desde fuera para saber quién es"
No sólo para eso, claro. A veces hay que vivir fuera para ganarse la vida; a veces dan ganas de hacerlo para aliviarse de las neurosis nacionales, o porque a uno le vence la sensación de vivir en un país frío y feroz, moralmente abyecto. Un país donde va a la cárcel quien roba diez euros y no quien roba diez millones. Donde la vida pública parece un estercolero en el que hozan sinvergüenzas especializados en dar lecciones de ética y mentirosos disfrazados de paladines de la verdad. Donde la televisión da asco y pena, mientras que las escuelas, las universidades y las librerías sólo dan pena. Un país de ganadores y perdedores donde no se sabe ganar ni perder, porque las derrotas siempre se atribuyen a los demás, y las victorias, a uno mismo, y porque los ganadores sólo conocen la chulería, y los perdedores, el rencor. Un país donde se inventan problemas ficticios para esconder los reales, y donde políticos trileros organizan engaños masivos para tapar incompetencias y corrupciones masivas y los presentan como ejercicios de radicalidad democrática. Un país sórdido y sucio, donde se confunde ser tolerante con ser pusilánime, donde la rapacidad se viste de altruismo y donde prosperan los canallas, incluidos los canallas de las buenas causas. Un país de pícaros, cobardes y cantamañanas, donde todavía gobiernan los curas.
Pero no es verdad: no somos esencialmente peores que otros, aunque a veces lo parezcamos; de hecho, ni siquiera sé muy bien qué demonios significa eso de “esencialmente”. Una vez coincidieron Fernando Fernán-Gómez y Erland Josephson, el pro­­tagonista de tantas películas de Bergman. “¿Sabe usted cuál es el pecado nacional español?”, le preguntó Fernán-Gómez al gran actor sueco. “No”, contestó naturalmente Josephson. “La envidia”, le informó Fernán-Gómez. “Caramba”, replicó Josephson. “¿Pues sabe usted cuál es el pecado nacional sueco?”. “No”, contestó naturalmente Fernán-Gómez. “La envidia”, dijo Josephson. Así que, como suele decirse, en todas partes cuecen habas (salvo, al parecer, en el Perú, donde, según el poeta César Moro, sólo cuecen habas), y la España de hoy no es ninguna excepción. De hecho, muchos extranjeros que visitan nuestro país se asombran de que, a pesar de la brutal situación que vivimos, las calles sigan animadas por un gozo vital permanente y no se haya producido una explosión social, cosa que en parte se debe, como todos sabemos, a una doble ONG llamada familia y amigos. Nada más lejos de mi intención que ponerme patriótico, pero esa capacidad para la alegría trágica y para la compasión real son, a mi entender, dos virtudes considerables. Aunque quizá para apreciarlas del todo también haya que vivir fuera. Quizá para vivir dentro hay que vivir fuera.

A lo suyo, Elvira Lindo, "El País", octubre 2013.

Cada cual tiene sus pesadillas recurrentes. Una que con frecuencia asalta mis sueños es la de encontrarme en un examen, pero no de vuelta a la niñez, sino en este presente, a mis años: estoy sentada en un pupitre ante un papel en blanco y no sé nada. Nada de nada. En ese momento siento una indefensión infantil y una vergüenza adulta. De niño sueñas con acabar la escuela, pero nadie te previene de que la vida laboral es un examen continuo. NADA más lógico que la ansiedad diaria se traduzca en el sueño como una prueba para la que no estás preparado.
No sé cómo habrán elegido a los adultos que ha examinado la OCDE para determinar el nivel de preparación de la población española de 15 a 65 años. Para algunos los resultados son desastrosos; para otros, nada sorprendentes, ya que definen el país que tenemos. A mí me ha hecho gracia (si es que algo de este asunto tiene gracia) que los jóvenes están a menor distancia de los jóvenes europeos que lo están los maduritos. Por mirarlo desde un punto de vista positivo, hubiera sido peor al contrario.
Lo que desconsuela de este suspenso o aprobado por los pelos con que se ha calificado a una muestra de la población española que en teoría define al conjunto del país es la reacción cutre, y al mismo tiempo previsible, de los dos grandes partidos. Por un lado, el PP, como suele, carga todas las razones del desastre actual sobre los hombros de los socialistas y arremete contra la LOGSE. Como si la LOGSE los librara a ellos, de momento, de aquello en lo que está consistiendo su contradictorio modelo educativo: una búsqueda de la célebre excelencia esquilmando los recursos a la escuela pública. Y por otro lado, el PSOE, que para defender la que fuera su ley de educación aún apela a un pasado más lejano: a Franco, nada más y nada menos.
Ellos a lo suyo, siempre a lo suyo.

A otra cosa, Juan José Millás, "El País", octubre 2013.

La lástima, reconvertida en trámite burocrático, nos evita el papeleo, los timbres, las pólizas y el enfrentamiento con la verdad. Usted vaya a ese rincón y dese siete golpes en el pecho. Usted derrame cuatro lágrimas y usted laméntese de la hipocresía de que se conceda la nacionalidad a los cadáveres y se persiga a los supervivientes. Usted, Millás, describa todo este lío con cierto desgarro sintáctico. Señale la contradicción de que nos duelan los muertos cuando las leyes prohíben auxiliar a los náufragos. No olvide añadir que en su propio país está prohibido proporcionar cobijo a un simpapeles. Describa los Centros de Internamiento de Extranjeros, eso siempre funciona. No se corte en decir que sí, que, en efecto, son cárceles para personas que no han cometido delito alguno. Cargue ahí las tintas. Construimos cárceles para inocentes, manicomios para cuerdos, raquetas para mancos (si le apetece, haga una pirueta y hable de los aeropuertos sin aviones; si no, cambie de párrafo).
Personas como usted, Millás, colaboran a resolver el papeleo de la lástima a los contribuyentes poco experimentados. Nos recuerdan a esos pasajeros amables que, en el avión, ayudan al vecino de asiento a rellenar el formulario de aduanas. No se corte. Si le apetece decir que lo de Lampedusa ha sido un crimen a gran escala cometido por quienes levantaron la mano en el Congreso (o en los congresos), dígalo con todas las letras. Esto nos ayuda mucho, pues añade a la gestión de la lástima ese punto de indignación moral sin consecuencias que tanto bienestar produce en el votante. Y no se olvide de lanzar un puyazo al Frontex, el organismo europeo encargado de gestionar las fronteras exteriores de los países de la UE. Le agradecerán mucho la mención, nadie los conoce. Cierre de este modo el artículo, factúrelo, y a otra cosa, mariposa.

También aquellos perdedores eran España

 La Iglesia católica celebró en Tarragona la beatificación de mártires más masiva de su historia, la de 522 religiosos asesinados en la Guerra Civil española. Unas 200 personas participaron ese mediodía en Tarragona en un homenaje en memoria de las 771 víctimas de la represión de la dictadura franquista en esa ciudad como respuesta a la ceremonia de la beatificación.
Cuando ha acaecido algo tan tremendo como una guerra civil, es difícil enfriar las cenizas, y las dos noticias de arriba parecen confirmarlo. Han pasado 74 años y me gustaría que los demócratas fuéramos capaces de transmitir nuestros sentimientos sin revancha, cuando nos referimos al salvajismo sobrevenido de aquel golpe de Estado del año 1936.
Ante la realidad que conocemos por la historia, tenemos ya que ser mayores de edad en el enjuiciamiento, única manera de lograr lo más importante, cual es recuperar a las dos Españas. Y desde esa voluntad noble se puede entender que si no recuperamos también la España que perdió en las trincheras, no es que tengamos una sola España, es que tendremos media España. Si desde la democracia no tenemos la honestidad de abrirnos a la razón de que muchos ciudadanos desean recuperar la memoria de lo que perdieron, nos vamos a encontrar con una cuenta sin saldar y, en el ir y venir de la vida española, se pueden producir desencuentros porque para muchos hay una reclamación histórica que no fue atendida. Teníamos la España de Franco, pero llegó la democracia y es justo que España recupere el patrimonio de la otra España silenciada. Ese ejercicio de rescate es sin duda un valor que pertenece, no solo a los que anhelan recuperar ese trozo olvidado, sino que es patrimonio común de todos los españoles. También aquellos perdedores eran España.
No tendremos la paz de todos hasta que sepamos todas las situaciones
que padecimos
Desde el siglo XXI no hay que pretender cambiar los sucesos, sino definirlos mejor y sacar a la luz verdades que se forzaron para que no fueran conocidas, pero no para echarlas en cara, sino para que la historia quede completada. Hay que razonar lo que se diga con limpieza de ánimo y sinceridad, y por supuesto con claro afán de conciliación y de reconciliación. Es más, también quiero comprender a los familiares de los que ganaron la guerra en las trincheras y en el campo de batalla. Esos ganadores fueron también sufridores de una guerra que ganaron. He de estar igualmente en sintonía de comprensión con aquellos soldados que también son dignos de consideración y aprecio, porque ellos no quisieron hacer una guerra cuyas consecuencias padecieron. No hay que ser ya verdugos, sino comprensivos. Esos ganadores tienen mi aprecio humano porque, en efecto, fueron arrancados de sus hogares, marchitaron sus esperanzas y su juventud, abandonaron a sus padres ya ancianos, a sus esposas, a sus hijos. Los lanzaron a un combate en el que no querían participar, les obligaron a sobrevivir entre la pólvora y la sangre. Sin querer combatieron, sin querer mataron y sin querer murieron. Aquella guerra asustó tanto a los que ganaron como a los que perdieron, porque, al final, todos perdieron, perdió España. Recibir el encargo de matar a compatriotas era una sinrazón y esa tortura la sufrieron tanto los vencedores como los vencidos. Tal despropósito, tal desatino, solo se cura con la posibilidad de despertar sentimientos de reencuentros en aquello que unió a los españoles de un bando y de otro.
La historia de la humanidad es la narración ininterrumpida del enfrentamiento. Pero las guerras han sido cada vez más carniceras. Desde la nobleza caballeresca hemos recalado a la guerra bioquímica. Así que la guerra como medio es en sus razonamientos una contradicción, porque se alcanzan más desastres y adversidades que los que se tenían antes de que estallara el combate. La guerra, cualquier guerra, cualquier bando, bestializa al soldado. Estamos viendo en televisión cómo los soldados programados para matar, matan a inocentes sin necesidad y fuera de las trincheras. Se ceban con la población civil con excesos inhumanos, practican vejaciones, protagonizan barbaridades que son consecuencia de ese motor imparable que ponen en marcha al colocarles consignas a los soldados con propósitos agresivos y fatales.
No es guerracivilismo estudiar los excesos de los vencedores, pero tampoco ha de serlo entrar en la averiguación de las torpezas republicanas. Porque una y otra cosa forman parte de esa España total a la que me refería. No tendremos la paz de todos hasta que sepamos todas las situaciones que padecimos. Y no deberá obviarse ese propósito. Era natural que al mutismo impuesto durante 40 años sucediera un anhelo por derribar interrogantes. Por eso digo abiertamente también, para que nadie pueda albergar reservas mentales, que los demócratas aceptamos sin objeción alguna que se estudie, que se revise el periodo republicano, que se aireen las luces y las sombras de esos años convulsos y tremendos de la historia de España. Sí, que se indague hasta la saciedad, para limpiarnos todos mejor de la mugre que conlleva meter debajo de la alfombra de la memoria la basura de las equivocaciones.
La mayoría de los contendientes
fueron víctimas,
y merecen respeto
Pero, de igual forma, como medio completo de higiene, porque no tiene sentido asear solo medio cuerpo, tenemos que aceptar que se estudie el periodo completo de la Guerra y de la Dictadura, también por los excesos que protagonizaron los vencedores. Pero ahí, entre los que vencieron que murieron, que han sido olvidados, también es de justicia recibirlos con honor porque creían defender unos ideales y, ante tal creencia, no caben discriminaciones. A ellos debemos todos el mismo respeto que a los que también murieron aunque perdieran la vida y la guerra. El soldado merece el respeto, pero no lo merece el asesino, ese otro personaje que instalado a veces en la retaguardia era el manijero que señalaba los ajustes de cuentas, en frío y sin piedad. Los asesinos de un sitio u otro, de un lado u otro del frente de combate, nunca deben ser recibidos con honores por nadie porque entonces, si metemos a todos en el mismo saco, estamos pervirtiendo la historia y al sentido ético con el que hemos de interpretarla.
Los historiadores nos van contando las circunstancias cada día con más datos, porque va aumentando la información en que se apoyan. Y una vez que sepamos todo lo que sea posible conocer, hay que ponerse en la piel bienintencionada de los herederos de aquellos que murieron y que fueron olvidados. Los hijos o nietos de aquellas víctimas no quieren ya sacar los colores a nadie, ni buscar afrentas, ni pedir venganza. El deseo de estas personas es muy sencillo: ejercer el derecho de enterrar dignamente a sus muertos y dejar clara su memoria.
La mayor parte de los contendientes en la Guerra Civil fueron víctimas, víctimas vencidas y víctimas vencedoras. Otros, los menos, son los culpables de subvertir un orden que estaba democráticamente construido y cimentado. Aquí solo debemos oponernos a que se reivindique el nombre del asesino, porque ello sería hacer apología del mal y eso no contribuye a consolidar la democracia sobre la base de los buenos deseos y de la verdad. No podemos —ni debemos— bendecir lo criminal, pero sí queremos que cada uno reivindique la memoria de quienes, sin ser culpables, padecieron, murieron y encima fueron olvidados.
Algo que no daña a otros, pero que sana y reconforta a los que son herederos de sangre y de ideas de aquellos a los que se les arrancó del libro de los sucesos las páginas de su sencilla y también honesta trayectoria.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra fue presidente de la Junta de Extremadura.



Noticia enviada desde la aplicación iPad de El País



Ciertamente son unos ‘salauds’

“Algunos de nosotros han ido, van o irán de putas… y ni siquiera se avergüenzan”. Los 343 salaudsque firman el manifiesto a favor de la prostitución que se publica esta semana en Francia quizá no quieran avergonzarse de haber comprado sexo, pero es muy posible que debieran hacerlo por ser unos provocadores tan tontos y jugar con tanta ligereza con temas que afectan a la vida y muerte, y a la libertad, de decenas de miles de mujeres en todo el mundo.
Los firmantes del manifiesto dan por supuesto que las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen libremente, bien sea ejerciendo un trabajo remunerado como cualquier otro, bien por puro gusto y placer. Pero la realidad es bien diferente. Dado que son intelectuales, no les habría costado mucho esfuerzo buscar documentación, algunos de los millones de datos y estudios que existen sobre el tráfico que se lleva a cabo en Europa con decenas de miles de mujeres pobres que son objeto de una brutal explotación sexual. Y dado que son franceses, les habría bastado con prestar un poco de atención al gran Victor Hugo, porque fue él uno de los primeros en denunciar la esclavitud a la que observó que se sometía a las prostitutas, tratadas como ganado que se transportaba de provincia en provincia y de burdel en burdel. Fue Hugo quien, hace más de un siglo, se asombró de que los mismos hombres que rechazaban la esclavitud pudieran permanecer impasibles ante el destino cruel de tantas mujeres.
“Nos negamos a que unos diputados decreten normas sobre nuestros deseos y placeres”, proclama el manifiesto. ¡Valiente bobada! Como si los diputados de todo el mundo no llevaran años, siglos, decretando normas sobre deseos y placeres del común de los ciudadanos. ¿Acaso no proporcionan placer las tan prohibidas drogas? ¿Acaso no expresa sus deseos un pederasta?
Por mucho que los salauds encuentren graciosa su ocurrencia, la realidad de la prostitución no es simpática. Es posible que en Francia, como en todas partes, existan mujeres que ejerzan la prostitución voluntariamente. Seguro que hay alguna Pretty Woman o Tristana. Pero las prostitutas que se parecen a Julia Roberts o a Catherine Deneuve no son muy abundantes y existen infinidad de estudios que demuestran que ni el 10% de las prostitutas que ejercen en Europa lo hacen con completa libertad. La inmensa mayoría proceden de África, de América Latina y de Europa del Este, y están controladas por proxenetas y redes mafiosas, que las someten a un régimen de esclavitud. ¿No tienen ojos los salaudso es que no se han molestado en averiguar cuál era la situación de las mujeres a las que pagaron por sexo? ¿O acaso solo acuden a burdeles de alto standing con putas universitarias? Cuando exigen que “no se toque a su puta”, ¿se refieren a esas insólitas mujeres que se mueren por sus encantos o a las que satisfacen los encantos de 20 o 30 hombres en la misma jornada, duermen unas horas y vuelven a empezar?
No hace falta indagar mucho para saber cuál es el problema con la prostitución. En China, 100.000 niñas son secuestradas o vendidas al año para recluirlas en burdeles (La mitad del cielo, de Nicholas Kristof y Sheryl WuDunn). En España, el 90% de las mujeres que ejercen la prostitución no son españolas: de las 19.027 que contabilizó hace algunos años la Guardia Civil en 1.070 moteles de carretera, solo 374 eran españolas. El resto, 18.655, procedía de Europa Oriental (34%), América Latina (58,5%) y África (7%). Prácticamente ninguna tenía permiso de trabajo.
Cada año, la policía española libera a más de 3.000 prostitutas, en su mayoría africanas y de la antigua Europa del Este, controladas por redes mafiosas, una cifra que los propios agentes consideran mínima respecto al volumen total de víctimas. Hace muy pocos días se supo del suicidio de Adriana, una joven rumana de 24 años que se tiró desde un puente en Cataluña, incapaz de soportar más la explotación a la que estaba sometida. Obviamente, España no es un caso especial. Informes de la ONU aseguran que Francia es un destino igualmente apreciado por esas redes internacionales.




El fantasma de la gitanofobia, presagio de otras infamias

Montreuil-Bellay es un pequeño pueblo cercano a Saumur, una de las capitales de la provincia de Maine y Loira. Aquí habita desde hace siglos la vieja Francia, la Francia profunda del terruño, la blanca Francia de la flor de lis que bebe vino embotellado hace medio siglo y come mantequilla y champiñones. Es la Francia que vota a Marine Le Pen, la Francia avara de ‘Eugenia Grandet’, la novela de Balzac; la belicosa Francia de la Escuela de Caballería y el Museo de los Tanques de Saumur. La Francia que lleva a sus hijos a escuelas integristas y que obedece las consignas del châtelain, el señor del castillo, que manda más que los alcaldes.
En este feudo medieval del rey René y de los Anjou, plagado de almenas resplandecientes que parecen sacadas del juego Exín Castillos, sucedió hace 75 años una historia ejemplar o espantosa, según se mire. La historia avergonzó tanto a la gente del Loira que nadie habló de ella durante cuatro largas décadas.
El 6 de enero de 1940, el capitán del Ejército republicano español Manuel G. Sesma, nacido en Fitero (Navarra), llegó a Montreuil-Bellay desde el campo de Gurs al mando de la Octava Sección de la 184ª Compañía de Trabajadores Españoles, formada por 250 personas. Sesma había salido de España en febrero de 1939, con los 450.000 refugiados del primer éxodo republicano.
En 1983, el capitán le contó a Jacques Sigot, maestro de escuela e historiador local, que los españoles levantaron en menos de seis meses 19 kilómetros de vía férrea “moviendo con las manos unas vías que pesaban 0,7 toneladas”. Aquel terreno iba a albergar al personal de un arsenal de pólvora, pero el avance alemán hizo cambiar de idea a los franceses, que en junio de 1940 ordenaron a los republicanos construir un campo de concentración para “individuos sin domicilio fijo, nómadas y extranjeros que tengan el tipo romaní”.
Unos 6.500 gitanos vivieron en 30 campos de concentración franceses
Los españoles solo tuvieron tiempo de levantar la cárcel subterránea, “que tenía celdas de 1,30 metros x 1”, y algunos barracones, según cuenta Sesma en el libro de Sigot Montreuil-Bellay, un camp de concentration pendant la Seconde Guerre Mondiale.
Los alemanes entraron en Montreuil-Bellay el 21 de junio de 1940, y tras alambrar el solar, lo usaron para retener a soldados franceses y a civiles extranjeros. Entre el 8 de noviembre de 1941 y el 16 de enero de 1943, el lugar se convirtió en el mayor campo de concentración de gitanos de Francia. “El campo estaba custodiado por la Gendarmería”, escribe Sigot, “y en junio y julio de 1944 fue bombardeado, antes de ser liberado en septiembre de 1944. Los gitanos volvieron un mes después y estuvieron hasta el 16 de enero de 1945, cuando fueron trasladados a Jargeau y a Angulema”.
Muchos gitanos nacieron aquí, y murieron más de 100. Pero su historia permaneció silenciada hasta que Sigot descubrió las ruinas en los años ochenta y un puñado de militantes progitanos decidió combatir la amnesia histórica colocando placas conmemorativas para recordar que en Francia hubo al menos 30 campos de concentración de gitanos parecidos a este.
Las ruinas del campo de Montreuil-Bellay fueron declaradas patrimonio nacional en 2012. Pero no son nada fáciles de encontrar. Además de la cárcel subterránea, solo quedan los cimientos y el suelo de uno de los barracones, y tres tramos de escaleras de piedra. La cárcel tiene forma de cueva –troglodita, las llaman aquí- y en las rocas hay algunos nombres grabados: Duval, Reinhard… “Quizá fueran primos de primos del gran guitarrista Django Reinhardt”, explica Kkris Mirror, un dibujante de cómic y activista progitano nacido en Saumur, que en 2008 publicó el libro Tsiganes, que narra en blanco y negro la historia de Montreuil-Bellay.

ampliar fotoViñeta del cómic 'Tsiganes', de Kkris Mirror.
Mirror, que ha venido desde su casa de Brézé en su Harley-Davidson, cuenta que el campo “llegó a albergar a 1.018 gitanos en agosto de 1942. Había casi 100 barracones, iglesia y escuela”. El dibujante y guionista tenía sus razones para interesarse por el asunto. “Desde pequeño viví el trauma de mi padre, que estuvo internado en un ampo alemán durante la guerra. Se escapó vivo de milagro, y yo empecé a dibujar su historia a los diez años. Luego supe que al lado de nuestra casa hubo un campo de concentración, organizado no por alemanes sino por franceses. Y más tarde me enteré de que mis vecinos –el charcutero, el carpintero…- habían trabajado en él como guardianes para evitar ser enviados al ST0 –el Servicio de Trabajo Obligatorio- en Alemania. Entonces decidí hacer el libro”.
Mirror es uno de los artistas e intelectuales que en 2010, como réplica a los ataques de Nicolas Sarkozy contra los romaníes, montaron una plataforma para rescatar la memoria de la persecución. El padrino de la iniciativa fue el cineasta romaní Toni Gatlif (que ha contado la historia en películas como Liberté yLatcho Drom), y también colaboraron el autor de cómics Emmanuel Guibert y el fotógrafo Alain Keler, autores de ‘Un viaje entre gitanos’, que resume los diez años que Keler pasó con los romaníes europeos.
“En Francia las persecuciones de gitanos comenzaron mucho antes de la ocupación alemana”, escribió en 2010 la historiadora Marie Christine Hubert. “Ya en septiembre y octubre de 1939, la circulación de nómadas fue prohibida en varias provincias. Y en Indra-Loira los gitanos fueron expulsados. La ocupación nazi agravó aun más las cosas. Los gitanos de Alsacia y Lorena fueron expulsados en julio de 1940 hacia la zona ‘libre’”.
Esos gitanos compartieron campos con los republicanos españoles en Argelès-sur-Mer, Barcarès o Rivesaltes antes de ser llevados en noviembre de 1942 al campo de Saliers (Bouches-du-Rhône), “especialmente creado por el Gobierno de Vichy para los gitanos. En cada provincia, los gitanos fueron censados, reagrupados y vigilados”, recuerda Hubert.
Los prejuicios contra los gitanos han recorrido Europa en paralelo al antisemitismo
La infamia no fue exclusiva del Loira, ni de Francia. El fantasma de la gitanofobia ha recorrido Europa en paralelo al antisemitismo y a la islamofobia desde que llegaron los primeros gitanos de la India hace diez siglos. El miedo al que viaja en carromatos, duerme al raso y le canta a la luna es parte de las raíces –cristianas- de Europa. Y hoy, igual que en la Edad Media, los gitanos son noticia –o rumor- en Grecia, Francia, Irlanda, Suecia, Rumanía o España por los mismos bulos y leyendas de hace 500 años:si tienen una hija rubia es porque roban niños —aunque apenas haya antecedentes judiciales que lo sostengan—. Si no, como dijo el ministro del Interior, Manuel Valls, es que “son culturalmente distintos y no se quieren integrar”.
“¡Y pensar que yo voté en 2012 por los socialistas!”, exclama Kriss Mirror. “Da mucha pena ver que el racismo antigitano sigue saliendo gratis y es rentable políticamente. Es lamentable porque los gitanos suelen ser la primera señal de alarma de que algo terrible va a pasar. Cuando los republicanos llegaron a Montreuil-Bellay, Francia no estaba en guerra y todavía no existía Vichy. Las leyes raciales las aprobó la III República. El decreto es del 6 de abril de 1940. Pero la primera ley racial del siglo XX se aprobó en 1912, dos años antes de la I Guerra Mundial. Y todavía sigue vigente”.
¿El racismo antigitano es rentable? La frase tiene una parte de verdad: a menudo concede enormes réditos de popularidad a quienes lo practican, y rara vez se oyen noticias de denuncias o detenciones por agresiones verbales o físicas a gitanos. La impunidad es uno de los sellos de esta fobia barata, que tan cara puede salir —en imagen y votos— cuando los señalados pertenecen a minorías más cohesionadas y mejor integradas.
Pero la idea de que el racismo anti-gitano renta es un doble filo para la democracia y el Estado de Derecho. El 16 de julio de 1912, Francia colocó a la comunidad gitana, a la que llamó “nómada”, en un estado de excepción que dura todavía: les negó el carné de identidad normal, y les obligó a portar un permiso de circulación antropométrico. Un siglo después, el año pasado, el Consejo Constitucional estableció que ese carnet es discriminatorio e inconstitucional. Pero la mayoría de gitanos franceses sigue usando esos papeles.

ampliar fotoCampo de Montreuil-Bellay, en 1944.
Según la historiadora Marie Christine Hubert, “el nomadismo de los gitanos siempre fue combatido por las autoridades francesas, que pensaban que los gitanos realizaban tareas de espionaje”. La ley de 1912 respondió a esa paranoia regulando el ejercicio de las profesiones ambulantes y prohibiendo la circulación de nómadas. Eso permitió identificar y controlar a los gitanos no sedentarios: fue el paso previo a su exterminio masivo.
Francia y Alemania, enemigos íntimos en tantas guerras, vivieron la misma obsesión al mismo tiempo. Ian Hancock, profesor de la Universidad de Texas, ha escrito que la cacería de gitanos en Alemania fue el primer anuncio de lo que vendría: “Durante la República de Weimar, que instauró la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la policía de Bavaria y, después, la de Prusia, abrieron oficinas especiales para controlar a los gitanos. Los fotografiaban y tomaban sus huellas como si fueran delincuentes comunes. En 1920, se les prohibió entrar en los parques y los baños públicos. En 1925, fueron enviados a campos de trabajo. En 1935, los nazis rescataron leyes antigitanas de origen medieval para oprimirlos más”.
El III Reich exigió a los gitanos cumplir un requisito que duplicaba el exigido a los judíos para clasificarlos como no arios: si solo dos de sus bisabuelos eran parcialmente gitanos, no podrían salvarse. A día de hoy, las cifras del Holocausto gitano -Porrajmos, la devoración, en caló- siguen siendo aproximativas, aunque según escribió Simon Wiesenthal a Elie Wiesel en 1984, “los gitanos fueron asesinados (en una proporción) similar a la de los judíos; en torno al 80% (murieron) en el área de países ocupados por los nazis”.
Según algunos revisionistas, las detenciones masivas evitaron que los gitanos franceses murieran como en Austria y Alemania —donde el 90% fueron desaparecidos—, o, en menor medida, en Polonia, Hungría, Italia, Yugoslavia y Albania. Vichy impidió que fueran enviados a las cámaras de gas como ocho millones de judíos y (cerca de) un millón de romaníes europeos. Para Hubert, se trata de una verdad a medias: “Si bien los gitanos de Francia escaparon a la Auschwitz Erlass del 16 de diciembre de 1942, que ordenó la deportación y el exterminio de todos los gitanos del Gran Reich, en 1943 hubo hombres deportados desde el campo de Poitiers –cerca de Saumur- y muchas familias de las provincias del Norte y Paso de Calais fueron detenidas y exterminadas por los alemanes”.
Los datos de Hubert indican que “al menos 6.500 personas vivieron entre 1940 y 1946 en 30 campos de concentración franceses en razón de su pertenencia real o supuesta al pueblo gitano. Sus bienes fueron expropiados y sufrieron la mayor precariedad material y moral”. En Montreuil, los vecinos pagaban entradas para poder verlos, según cuenta Mirror en su libro. Hubert: “Los niños recibían una educación católica en los campos. Y en casos extremos, eran separados de sus padres y entregados al Servicio Social o a instituciones religiosas para extraerlos definitivamente de un medio que se juzgaba pernicioso”.
La duda es: ¿quién ha robado niños a quién a lo largo de la historia?
Como ha pasado hoy con la llegada de los socialistas al poder, la Resistencia, la Liberación y la paz no fueron de gran ayuda para los tsiganes. Los últimos estuvieron encerrados en el campo de Alliers, cerca de Angulema hasta mayo de 1946, nueve meses después de la Liberación.
Montreuil-Bellay había cerrado mucho antes, recuerda Kkris Morris: “Cuando trasladaron a los gitanos, el director del campo, un petainista convertido en resistente, decidió encerrar a las prostitutas de la zona y se puso a regentar el burdel. La epidemia de sífilis fue tan brutal que las mujeres de los pueblos exigieron que se cerrara el campo”.
La reparación oficial a los presos del bronce nunca llegó. “Nadie ha sido indemnizado por haber sido encerrado en los campos franceses, y tampoco hubo compensación moral porque esa realidad no dejó el menor rastro en la memoria colectiva”, ha escrito Hubert.
Quizá por eso, la persecución dura todavía. Entre la indiferencia general, los prejuicios atávicos alentados por los medios, la comprensible renuencia de un pueblo masacrado a exigir justicia –ya sea de forma individual o colectiva-, y el consenso infernal que suscitan entre los políticos de las democracias neoliberales, los gitanos siguen siendo el perfecto chivo expiatorio, la primera señal de alarma de que algo muy profundo no va bien.



Pobreza.  Rosa Montero, "El País".

Ayer lunes empezó la Semana contra la Pobreza, cuya fecha principal es el próximo jueves, que será el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Hala, ya he debido de perder como el 80% de los lectores de este artículo, porque estamos hartos de que nos hablen de pobres. Sobre todo porque los pobres pobrísimos, esas más de 600.000 familias con montones de niños que hay ahora mismo en España sin ningún ingreso, y a las que este tema interesaría cantidad, no es nada probable que me lean (no tienen ni dinero ni aliento para ver periódicos). Luego está la enorme masa media que anda llegando a final de mes con muchos apuros y que, agotada por la crisis, no quiere recordar una realidad que le amarga y le angustia (porque podrían caer en ese abismo en cualquier momento). En cuanto a los ricos, e intentaré no hacer demagogia, no es que odien a los pobres, sino que me parece que la mayoría son unos marcianos que ignoran por completo la realidad española. Además, es fácil olvidar a los paupérrimos porque desaparecen: al final no salen de sus casas ni para protestar porque no tienen para el billete de metro. La verdadera marginación es invisible. Por eso me parece estupendo que el próximo jueves las más de 1.000 organizaciones que forman parte de la Alianza Española contra la Pobreza salgan a la calle a recordarnos unas cuantas verdades incómodas. Como, por ejemplo, que, según expertos en la Hacienda Pública, se pierden 90.000 millones de euros al año por el fraude fiscal, perpetrado en un 72% por grandes empresas y fortunas; que, según el Observatorio de la Responsabilidad Social Corporativa, 33 de las 35 empresas del Ibex 35 tienen fondos en paraísos fiscales; y que en el último y penoso año de dolor social, en España han aumentado un 13% los millonarios. Digo yo que habría que hacer algo con todo eso.





Comunican

Ya comunican todos. Me han enseñado un corto (con Charlenne Deguzman) que pretende ser una sátira de nuestro tiempo. Los jóvenes celebran, hacen el amor, se juntan para comunicarse o quererse, y todos ellos llevan una maquinita con la que registran lo que celebran, el amor que hacen, los años que cumplen… Es atosigante, te vas quedando sin habla mientras lo miras no porque sea exagerado, sino porque se queda corto. Todos comunican, pero no se comunican.
Es terrible. Estuve en Fráncfort, la cuna mundial del libro como negocio, y allí vi que todos comunicaban, pero no se comunicaban. Se miraban sin verse, porque estaban pendientes de una luz de la estratosfera. En una de esas noches, una veterana agente literaria, Deborah Owen, la esposa del más elegante ministro que tuvo James Callagham en el Gobierno inglés, me hizo una pregunta a bocajarro sobre los jóvenes:

Las maquinitas han dejado fuera del empleo a millones de jóvenes de todo el mundo
—¿Cómo soportan los jóvenes tanta maquinita?
Bueno, le dije, es la naturaleza; la naturaleza viene dentro de esos aparatos, ya no hay otra. “Sí”, me dijo, “le entiendo a usted muy bien, pero lo que quiero preguntarle”, me informó, “es otra cosa”. Ah, sí, dígame usted.
Ella no tiene ni Twitter ni Facebook ni se comunica de otra manera que de la manera en que aprendió a comunicarse en este oficio de juntar a la gente (autores, editores), gracias al verbo dicho o escrito, no al verbo tal como ahora parece imprescindible. Y lo que me quería decir era esto: “Cómo es posible que no haya una rebelión de los jóvenes contra aquellos que han inventado el futuro sin ellos”. ¿Cómo que han inventado el futuro sin ellos, si ellos son los que viven pendientes del futuro, si el futuro está relacionado con las máquinas que utilizan? Entonces Deborah me ofreció su argumento: “Las maquinitas han dejado fuera del empleo a millones de jóvenes en todo el mundo. Ahora todo se responde a través de una voz que no tiene persona detrás, ahora miles de jóvenes están siendo sustituidos por voces que vienen de la nada, nadie la inspira, nadie les da cuerpo. El desempleo ha sido reforzado gracias a las nuevas tecnologías”. Glup, le dije, así es la vida. “Sí, así es la vida, pero procede hacerse algunas preguntas. ¿Usted no se pregunta por qué los jóvenes españoles, que forman parte de la legión más grande de jóvenes desocupados de Europa, no se rebelan, no dicen algo en contra del mundo que los mantiene al margen?”.
Un día después estuve en Ciudad Real, en un foro de la juventud. Allí me preguntó una joven, probablemente estudiante, qué podrían hacer los jóvenes españoles ante lo que pasa. Me pareció interesante, en este mundo en el que nadie se comunica, que una veterana inglesa y una joven manchega (quizá manchega, en todo caso) se hicieran la misma pregunta, a tantos kilómetros de distancia, a tanta edad de distancia. Qué hacer. La vieja pregunta. Quizá Deborah hubiera tenido otra respuesta o lo hubiera comunicado mejor, pero yo le dije lo que sentía: que lo revolucionario ahora es saber más, profundizar, dejar de comunicar para comunicar mejor. Claro, soy un viejo reaccionario, me hago preguntas, como la señora Owen, ante lo que parece unánime e indiscutible y quizá ya todo eso está respondido. Estoy obsoleto, lo reconozco.
Me sorprendió, por tanto, que al llegar a la Redacción, al día siguiente, un compañero me mostrara ese corto en el que todos están celebrando como zombis, sin decirse nada, sin tocarse, sin sentirse. Pero comunicando. O jcruz@elpais.es