miércoles, 13 de noviembre de 2013

"El príncipe que todo lo aprendió en los libros", de Jacinto Benavente

Aquí tenéis el texto de la obra de Jacinto Benavente "El príncipe que todo lo aprendió en los libros".

Espero que disfrutéis y os divirtáis con su lectura. Comenzaremos en clase haciendo una presentación de la misma y leyendo la biografía de su autor, así como el principio de la obra. Después, continuaréis vosotros solos en casa. Ya sabéis que en el próximo examen escrito habrá una pregunta sobre esta obra, así que leedla prestando atención y asegurándoos de que estáis comprendiendo lo que leéis. Para cualquier duda, nos vemos en clase.




JACINTO BENAVENTE
Premio Nobel de Literatura de 1922.

EL PRÍNCIPE QUE TODO
LO APRENDIÓ EN LOS LIBROS

COMEDIA EN DOS ACTOS Y SIETE CUADROS
Estrenada en el Teatro Príncipe Alfonso el día 20 de diciembre de 1909.


REPARTO

Títulos de los cuadros:

1º. La despedida del Príncipe. — 2.° Los dos caminos. —3.° La
sabana de la Vieja. — 4.° La casa del Ogro. —5.° El palacio del Rey
Jhuchurumbé. — 6.° La boda del Príncipe. — 7.° Apoteosis final.


ACTO PRIMERO

CUADRO PRIMERO

Un palacio.


ESCENA I

El REY y la REINA.

Rey. No llores más. La felicidad de nuestro reino
exige el sacrificio. El Príncipe sabe todo lo que
pueden enseñar los libros y los maestros; pero
es preciso que conozca el mundo.


Reina. ¿Crees que vale la pena de conocerlo? ¡Bueno
está el mundo! Exponer a sus riesgos y maldades
al hijo mío, tan hermoso, tan inocente...

Rey. Bueno sería, si la vida pudiera detenerse, si por
ley natural no hubiéramos de faltarle cuando
aún será muy joven. El cariño de los padres puede
levantar murallas que defiendan a los hijos
de la maldad y tristezas del mundo; puede fingirles
un mundo de ilusiones, que no es el verdadero...
Pero al morir nosotros, cuando deba reinar
él solo sobre millones de súbditos de toda condición;
cuando nadie esté a su lado para quererle
con desinterés, para aconsejarle sin malicia, para
advertirle sin engaños...

Reina. - ¿Y para qué han servido entonces tantos maestros?

Rey. Para que nuestro hijo se canse de ellos y prefie-
ra a sus lecciones fastidiosas leer cuentos de
hadas y encantadores. ¿Te parece poco?

Reina. ¿Y eso te agrada? ¿No hubiera sido mejor orden
primero las mentiras de los cuentos, después las
verdades de la Ciencia?

Rey. Nunca. Es mejor orden asentar primero el te-
rreno firme y sobre él esparcir la menuda arena
en que puedan florecer los rosales, que no dejar
caer sobre las flores las duras piedras del terreno
firme. Edifiquemos nuestra vida como gótica catedral:
bien cimentada abajo, como fortaleza;
pero en lo alto, festones florecidos, claros de vi-
drios multicolores; aligerar la mole, toda de pie-
dra, como si más que afirmada en la tierra pa-
reciera suspendida del cielo.

Reina. Bien está. Pero no comprendo lo que el viaje de
nuestro hijo pueda significar en todo eso.

Rey. Significa el puente que hemos de tender entre
la verdad y la ilusión. Ese puente es la vida, que
va de una a otra y las une y las confunde de tal
modo que forma de ellas toda la realidad.


ESCENA II

Dichos, el PRÍNCIPE, el PRECEPTOR y TONINO.


Reina. ¡Hijo mío!

Príncipe. Vengo a pediros vuestra bendición.

Reina. ¡Qué crueldad, qué crueldad!

Rey. Vamos... Eres reina antes que madre... Abrazad
a vuestro hijo y no hagáis flaquear su valor.

Príncipe. Madre y señora mía... Voy muy contento... Me
acompañan fieles servidores... Mi Preceptor y mi
buen Tonino...

Reina. Habrás dispuesto el equipaje, sin olvidar nada.

Rey. ¿Qué llevas ahí?

Precept. Libros para el estudio.

Tonino. Yo buenas provisiones, que es lo que importa.

Reina. ¡Hijo mío! Yo sé que el Rey quiere que viajes sin
aparato alguno, porque el tesoro real no está
para despilfarros; pero tu madre ha sabido ahorrar
para ti estos doblones... Fueron un regalo
del Rey para un manto de armiño; el que tengo
está muy apolillado, pero hasta tu regreso no he
de vestirme más que de jerga y bayetas.

Rey. Eso es; para que los sastres y modistas se hagan
republicanos... Te comprarás el manto y vestirás
como conviene al decoro regio.

Reina. Vosotros, mis buenos servidores, cuidad a vuestro
Príncipe.

Precept. Volverá hecho un sabio.

Tonino. Os le traeré sano y gordo.

Reina. Eso, eso... Cuidado con lo que comes, sobre todo.
No le dejes atracarse de mojama, castañas pilongas,
ni pastillas de goma... Ya sabes que el Príncipe
se muere por estas golosinas... Ved que es
el heredero del reino.

Precept. Vuestro reino tendrá en él un rey sabio y justo.

Reina. ¿Lleva mucha ropa blanca?

Tonino. De todo, señora.

Reina. ¿Las tres docenas de pañuelos que yo le he bordado?

Príncipe. Sí, madre mía... Pero yo no sé que los príncipes
hayan usado nunca más de un pañuelo de finos
encajes, ni que hayan necesitado ropa blanca...
Las historias de hadas no dicen nada de eso...
Los príncipes van por selvas y montes..., caen
sobre ellos aguaceros deshechos, cruzan ríos y
lagos, y su ropa no padece deterioro.

Tonino. ¿Y no alcanza a sus criados esa virtud? Porque
sentiría estropear este sayo, que es el mejor de
los dos que tengo.

Rey. Vaya, apresurad la partida, antes de que llegue
la noche.

Príncipe. Padre y señor... Madre mía...

Reina. Escribid a diario.

Precept. ¿Llegarán las cartas?

Reina. Sí; el Rey ha dado órdenes muy severas para el
buen servicio del correo.

Precept. Menos mal. Siempre ganan algo los pueblos con
los viajes de los príncipes.

Reina. Adiós, adiós... ¿No habrás olvidado el frasco de
la magnesia?

Rey. ¡Oh! Las mujeres... Nunca saben dar a una situación
la solemnidad conveniente.

Precept. Señor, ¿hay nada más solemne que estos vulgares
cuidados de las madres?...

Todos. Adiós, adiós, adiós...



CUADRO SEGUNDO

El campo. Dos caminos: uno, de zarzas y piedras; otro, de flores.


ESCENA I

El PRÍNCIPE. TONINO y el PRECEPTOR.

Príncipe. ¿Dónde estamos? Asegurabas que antes de una
hora estaríamos en poblado... Y ya lo veis... Estamos
perdidos,

Precept. Pero muy perdidos. Yo consulté la Carta geográfica
del reino..., la última publicada por la
Real Academia de Ciencias...

Tonino. Ya os dije que no íbamos por buen camino.

Precept .¿Pero iba yo a fiarme de ti más que de la Real
Academia de Ciencias?...

Tonino. Pues debisteis fiaros, que más de cien veces hice
el camino de día y de noche.

Precept. Sin saber por dónde ibas.

Tonino. Pero yo llegaba... Y ahora, ¿quien sabe dónde
estamos?

Precept. Aquí se nos ofrecen dos caminos.

Tonino. Decís uno; que ése no es camino, ni senda, ni
puede llevarnos a parte alguna. Todo él es malezas
y riscos. Por este otro hemos de echar, que,
según lo cuidado y pulido, ha de serlo de una
gran ciudad.

Príncipe. Necio eres. Buena tentación para caer en ella.
Tú no sabes que en todas las historias los buenos
caminos son los engañosos, los que llevan al
castillo de algún ogro terrible, que no tarda en
tragarse a los infelices engañados. En cambio,
estos senderos ásperos son los que conducen a
los jardines y a los palacios de las buenas hadas
y de los buenos reyes, donde moran las bellas
princesas que esperan a los príncipes enamorados.

Tonino. Será como decís. Pero principio quieren las cocas,
y nunca vi que acabara bien lo que mal empieza;
sí es posible que acabe mal lo que empieza
en bien. Pero en la duda, del lobo un pelo, y
según la cara los hechos... Y creedme, y echemos
por esta parte. ¿No oís aquí músicas y cantar de
pájaros, y de este lado nada: el viento quejumbroso
y pajarracos de mal agüero?...

Príncipe. ¡Ah, qué ignorante eres! Éste, éste es el buen camino.
Así vi siempre representado el de la virtud...,
y como este otro el del vicio... ¿No lo crees
así, Preceptor?

Precept. Yo no creo nada, desde que la Real Academia de
Ciencias me ha engañado... Dejadme consultar
mis libros.

Tonino. Aquí llega una hermosa aldeana que podrá indicarnos
el camino. (Sale la Bella.)



ESCENA II

Dichos y la BELLA


Bella. Buenos días, señores...

Tonino. Hermosa joven, ¿sabréis decirnos dónde estamos
y adónde conducen estos dos caminos?

Bella. Éste diréis, que ése ni es camino ni conduce a
parte alguna.

Tonino. ¿Qué os decía yo?

Príncipe. Guarda, y no confíes.

Bella. ¿Sois forasteros en estas tierras? Si necesitáis
descanso y refrigerio puedo ofreceros mi casa,
mejor diré, la de mi marido, que está a poca distancia.
Todas esas tierras que veis desde aquí
son suyas, como todo el lugar vecino. Se tendrá
por muy dichoso en recibir y agasajar a señores
tan principales...

Tonino. Somos felices.

Príncipe. Tente. Que ese marido de que habla, y esos lugares
y esa casa, deben de ser de algún ogro terrible.

Tonino. No me parece que la mujer tenga nada de ogra...
Es muy cortés y afable.

Príncipe. Como todos los ogros.

Bella. Vaya, ¿queréis seguirme?

Tonino. Vamos andando. Que las provisiones se agotaron
y yo tengo un hambre con el paseíto...

Príncipe. No, yo no voy... Yo iré por este otro camino.

Bella. ¡Estáis loco!... Si os sorprende la noche, os asaltarán
los lobos o ladrones, y sólo hallaréis una
miserable cabaña en que vive una vieja loca.

Príncipe. ¿Qué te dije? Algún hada buena que se presenta
en figura de vieja, como todas las buenas hadas.
Éste, éste es mi camino.

Tonino. Señor... No hagáis locuras... Señor Preceptor,
interponed vuestra autoridad.

Precept. Dejadme, dejadme leer... No es posible que las
Cartas estén equivocadas... Hasta saber de fijo en
dónde estamos no me moveré de aquí.

Bella. ¿Pero estáis locos? Estos lugares están muy frecuentados
por leñadores y cazadores furtivos, y
hasta llegar a las tierras de mi marido no estáis
seguros.

Príncipe. ¡Ah, mujer falsa! ¡Cómo adivino tus intenciones!

Bella. ¿Qué dices?

Tonino. No hagáis caso... Pero, señor Preceptor, ved que
el Príncipe quiere aventurarse solo por esos andurriales.

Precept. Tú no debes dejarle.

Tonino. ¡Ah! ¿Y vos?

Precept. Yo desconfío de todo. Tan malo me parece este
camino como el otro. Yo aquí os espero entregado
a la lectura... El que primero llegue a poblado
será servido de enviarme aviso de cómo
se encuentra...

Tonino. ¡Pues sí que sois para sacar de apuros!

Precept. Este camino me parece muy malo y esta mujer
no me inspira confianza alguna. Sus ofrecimientos,
su insistencia en llevarnos a su casa... sin
conocernos...

Tonino. ¡Lucidos estamos! El uno con sus libros de ciencias,
y el otro con sus cuentos, y yo muerto de
hambre.

Bella. Vamos..., que pronto se hará de noche... y yo he
de volver a mi casa... Sabed que mi marido es el
más principal señor en veinte leguas a la redonda...;
el más rico, el más poderoso. ¡Aunque me
veáis vestida humildemente!...

Príncipe. ¡Oh! ¡Allí veo a la buena vieja, el hada benéfica!...
No hay que dudar... Corro a su encuentro. No
me sigáis... Iré yo solo.

Tonino. ¡Nada! ¡Y se marcha! ¡Gran cachaza la vuestra!

Precept. ¡La tuya!

Tonino. ¿Qué cuenta daremos a Sus Majestades de nuestro
Príncipe?...

Precept. ¿Qué cuenta darás tú? Yo sólo estoy encargado
de su educación.

Tonino. ¡Pues si os parece buena educación que tire por
donde mejor le parezca!...

Phecept. Ya volverá, cuando el camino le parezca largo y
trabajoso...

Tonino. Sí; pero si antes le comen los lobos o le matan
algunos bandoleros...

Bella. Fue una locura dejarle partir. ¡Señor, señor!

Tonino. Sí, echadle un galgo... Pues yo no le sigo... Llevadme
a vuestra casa, que me muero de hambre
y de sed...

Bella. No os pesará.

Tonino. Coma yo, y aunque vuestro marido sea un ogro
y vos una ogra...

Bella. ¿Qué locura decís?

Tonino. Nada, nada. El hambre, que me hace desvariar...
(Aparte.) Si quieren comerme me cebarán antes,
para que esté más sabroso... ¿Os quedáis aquí?

Precept. Sí. Aquí espero noticias vuestras. Iré con el que
haya encontrado mejor acomodo.

Tonino. ¿Pero no tenéis hambre?

Precept. Yo no necesito más que alimento espiritual...

Tonino. ¡Buen provecho! Vamos andando.

Bella. Seguidme.

Precept. No es posible que la Real Academia de Ciencias
se haya equivocado.



CUADRO TERCERO

Una cabaña.


ESCENA I

La VIEJA y el PRÍNCIPE.


Vieja. Pasad adelante, noble caballero... Yo quisiera
ofreceros más digno albergue...; pero soy tan po—
bre... Vivo aquí miserablemente desde hace cincuenta
años.

Príncipe. ¿Y tanto dura el encanto?

Vieja. ¿Qué encanto decís? ¿Os parece que sea un encanto
vivir de este modo?

Príncipe. ¡Bah! ¿Queréis burlaros de mí?... Sabed que mi
fortuna y la vuestra me trajeron aquí para desencantaros.
¿Qué es preciso para ello? ¿Acuchillar
dragones y gigantes? ¿Daros un beso? Tomad.

Vieja. Gracias. Sois muy amable.

Príncipe. ¡Ah! ¿No era así? ¿Qué es preciso hacer entonces?

Vieja. ¡Pobre joven! Está loco.

Príncipe. ¿Padecéis el maleficio de algún hada más poderosa
que vos?,.. ¿De algún mago o genio del mal?...

Vieja. No; yo no padezco nada más que mis años y mi
pobreza... ¿Queréis comer algo? Puedo ofreceros
higos y nueces.

Príncipe. ¡Qué ricos!

Vieja. Tomad... Son todas mis provisiones.

Príncipe. ¿Pero de veras no podéis decirme cómo seríais
desencantada? No os burléis de mí. Soy el Príncipe
Azul.

Vieja. ¡Pobrecillo! Me da mucha lástima... Tendréis
frío, ¿verdad?... Voy a encender lumbre... Alcanzadme
aquel haz de leña.

Príncipe. ¡Ah! Queréis obligarme a serviros... ¿He de someterme
a esa prueba?

Vieja. No es prueba ninguna. Si sois tan amable... Yo
no tengo fuerzas...

Príncipe. Podéis mandarme cuanto queráis... Yo sé que
por fin habéis de congraciaros conmigo, y entonces
os mostraréis en vuestra verdadera figura,
resplandeciente de hermosura..., y esta cabaña
se trocará en palacio maravilloso, y por vuestra
mano me llevaréis a la princesa de mis sueños...

Vieja. Sí, sí. Todo eso. (Le llevaremos el humor.) (Llaman
a la puerta.)

Príncipe. ¿Quién llama?

Vieja. ¿Quién va?

Leñad. 1.° (Dentro.) Abrid, buena mujer.

Vieja. Son leñadores... Pobre gente que anda estos
montes a ganarse la vida. Entrad.


ESCENA II

Dichos y dos Leñadores.


Leñad. 1° Muy buenas tardes.

Leñad. 2° Salud.

Príncipe. Entrad, buena gente.

Leñad. 1° ¿Quién es?

Vieja. Un viajero que se perdió en el camino. Parece
un loco.

Leñad. 1° Parece un gran señor. ¿Traerá dinero?

Vieja. ¿Eh? Yo qué sé.

Leñad. 2° Pues debieras saberlo... Si así fuera...

Vieja. ¿Qué pensáis? Alguna fechoría.

Leñad. 1° En la que tú nos ayudarás, como siempre.

Vieja. No lo penséis... Este pobre niño saldrá vivo y
salvo de mi casa...

Leñad. 2° Déjate de pamplinas, y danos de beber.

Príncipe. ¿Qué vida lleváis?... Muy mala, por las trazas.

Leñad. 1° ¡Figuraos! Todo el día para acarrear una mala
carga de leña.

Leñad. 2° Nunca debiera ser invierno para los pobres.

Leñad. 1° Pues yo aún le prefiero. ¿Qué me dices del
verano?

Leñad. 2° Todo el año es malo para el que vive malamente.

Príncipe. ¡Pobres hombres! Señora hada, debierais ser
compasiva con ellos y repartirles de vuestros
tesoros...

Vieja. Ya veis que así lo hago. Este es todo mi tesoro:
este vinillo añejo... ¿Queréis probarlo?

Príncipe. Venga. No es malo.

Leñad. 1° ¡Ah! Esto da la vida.

Leñad. 2° Esto alegra.

Príncipe. Vaya, buena gente, tomad...

Leñad. 1° ¡Oro!

Leñad. 2° ¡Señor!

Príncipe. Y para ti también..., para que te rías de mí...

Vieja. Al contrario. Os quedo muy agradecida... ¿Cuándo
vi yo tanto dinero junto?

Leñad. 1° ¿No visteis? El bolsillo estaba lleno de oro...

Leñad. 2° Y aun ha de llevar más escondido.

Leñad. 1° Volveremos cuando duerma.

Leñad. 2° Eso es.

Leñad. 1° Afilaremos bien el hacha.

Leñad. 2° Es un niño. Bastará con las manos, o una buena
soga al cuello.

Vieja. Algo traman estos condenados.

Leñad. 1° Bueno. Ya bebimos y descansamos... Hay que
llegar al pueblo antes de amanecer.

Leñad. 2° Buen viaje y salud...

Príncipe. Salud, buena gente.

Leñad. 1° Volveremos. Procura que se acueste pronto y
deja encendida una luz.

Vieja. ¡Miserables! ¡No, no entraréis esta noche!

Leñad. 2° ¡Ay de ti mañana! Lo dicho.

Leñad. 1° Dormid bien. (Salen.)






ESCENA III

El PRÍNCIPE y la VIEJA.


Príncipe. ¡Pobres hombres! ¡Triste vida la suya!... Tendrán
familia..., hijos...

Vieja. (¡Qué buen corazón! No, no puedo consentir...)
Noble joven, salid de aquí pronto... No os detengáis
un instante.

Príncipe. ¿Qué ocurre?

Vieja. No preguntéis... Creedme... ¡Si supierais!...

Príncipe. ¿Qué? Nada me asusta... Sé que has de someterme
a muy duras pruebas... Todo he de arrostrarlo...
Yo sé que me espera la felicidad.

Vieja. ¡La muerte! ¡Desventurado joven!... ¡Salid..., salid
pronto!... Yo os indicaré la senda por donde podéis
salir de estos bosques sin ser visto de nadie.

Príncipe. ¡Bah! ¡Vengan gigantes y fieros dragones!... ¡Vengan
monstruos y trasgos!... ¡Levántense murallas
de fuego!...

Vieja. ¡Señor! No digáis locuras. Nada de eso será, ni
hay que temerlo...; pero esos hombres, esos desalmados...
Quieren robaros... Han visto que
guardáis oro... Os matarán, como mataron a
otros... Ved... Encienden la hoguera a que han de
arrojar vuestro cuerpo para desfigurarle... Después
lo arrojarán a una sima, como a otros mu-
chos... Yo fui su cómplice muchas veces... ¡Soy
una infame!... El miedo..., la miseria... Pero hoy
no. Sois tan niño, tan bondadoso... Me dais com-
pasión, y quiero salvaros; pero no tardéis... ¡Huid
huid; por vuestra madre!..., porque sois aún muy
niño para tener otro amor en la tierra.

Príncipe. No, no huyo. Aquí espero a esos hombres, sean
hombres o monstruos. Nada me acobarda.

Vieja. ¡Por mí! ¡Tened piedad de mí!... ¡Ved que si vuel-
ven y os defiendo también me matarán!... También
si no os encuentran... Dirán que los he engañado.
¡Pero qué importa! Me dais mucha lástima.

Príncipe. No, no saldré. Estoy seguro de que sólo queréis
probar mi valor... Todo es preciso para conse-
guir a la princesa...

Vieja. ¡Oh! ¡Qué locura! ¡Pobre niño! Ved que yo no soy
un hada: soy una pobre vieja que se compadece]
de ti y quiere salvarte... Ven... Saldremos juntos
si quieres..., pero yo no podré andar... Nos darán
alcance...

Príncipe. Contigo sí... Si es verdad lo que dices... No pue-
do dejarte en mano de esos hombres... Pero yo
sé que me engañas... Vamos... Cuando no pueda
andar, yo te llevaré en brazos. Soy fuerte y nada
temo...

Vieja. Sí, sí... Nos salvaremos juntos.

Príncipe. ¿Pero dices verdad? ¿Tú no eres lo que pareces?
¿Eres una pobre mujer nada más?...

Vieja. No, no. Vamos, vamos pronto... Cree lo que tú
quieras..., cree... Sí, soy un hada; un hada buena
que ha de salvarte... ¿Qué más da si te salvo?

Príncipe. ¡Bien sé que has de salvarme!... ¡Bien sé que he
de verte por fin, princesa mía! (Salen.)


TELÓN
FIN DEL ACTO PRIMERO







ACTO SEGUNDO


CUADRO PRIMERO

La casa del Ogro.


ESCENA I

El OGRO, y después la BELLA y TONINO.


Ogro. ¡Hola! ¿Qué es esto? ¿No hay nadie aquí? ¿No
Se come en esta casa? ¡Pécoras de mujeres!

Bella. No grites. Ya estoy aquí.

Ogro. ¿Qué huésped es ése?

Tonino. Servidor humilde. (Sí que no me da buena espi-
na esa panza enorme. Ogro tenemos.)

Bella. Es un viajero que estaba perdido a la entrada
del bosque del Infierno. Le acompañaban otros
dos señores, locos de remate, que allí se queda-
ron. Éste me dijo que estaba muerto de hambre
y de cansancio, y le ofrecí nuestra casa.

Ogro. ¡Hum! No me gusta esta gente que anda perdida
por los caminos. Por las trazas sois uno de esos
truhanes chocarreros que cantan y danzan por
los lugares para sacar los cuartos a los bobali-
cones.

Tonino. Soy algo más. Soy criado del Príncipe Azul.

Ogro. Su bufón, diréis. Bajo estado...

Bella. ¿Y era el Príncipe el que os acompañaba? ¿Aquel
jovencillo desventurado que echó por el bosque?
¡Pobrecillo! ¿Qué habrá sido de él?

Toniño. Habrá encontrado al hada buena.

Bella. Sí, sí. Con algunos malhechores. ¡Pobrecillo!

Ogro. Bueno, bueno. Sírveme la comida, y ese bergante
que vaya a la caballeriza y allí le darás de las
sobras.

Bella. No seas tan ruin... Coma y beba a sus anchas; nos
divertirá con canciones y chistes...

Ogro. Nunca me divirtieron esas cosas... Pero acomodaos
donde queráis y esperad a que hayamos
comido. Sirve pronto.

Tonino. (¡Ay! ¡Qué suplicio! ¡Ver comer y no probar bocado!
Preferiría que al Ogro le diera por engordarme...
¿Si le habré parecido poco apetitoso?...)
¡Señor! ¿No habéis reparado en mí?... Mi carne
es de la mejor calidad... La pechuga es sabrosa,
y mis brazos son como alones de pichón.

Ogro. ¿Qué me importa? ¿Estáis loco o borracho?

Tonino. (Nada, no hace aprecio de mí... Le gustarán sólo
los niños tiernecitos... Verdad es que teniendo a
mano tan bien provista mesa...) ¡Ah! ¡Qué aroma!
Ese cochinillo me pierde.

Ogro. ¿Huele bien, verdad? Os dejaré algún hueso.

Bella. (¡Pobrecillo! Le daré algo a escondidas.)

Tonino. (Gracias, bella señora. Me dais la vida. ¡Ah! ¡Delicioso!)

Ogro. Bueno. ¿Es ésa toda vuestra gracia? Decidme algo
chistoso.

Tonino. ¡Ah!...

Ogro. ¿Qué os sucede?

Tonino. Nada, nada.

Ogro. ¿Estáis tragando?

Tonino. No, no... Eran ilusiones. (Bajo, a la Bella.) Un traguito,
por piedad, que me ahogo.

Bella. No seáis cruel. Dejadle por lo menos que beba.

Ogro. Eso sí... Que beba.

Bella. Tomad.

Tonino. A la salud de tan noble señor. ¡Ah!... ¡Bueno es el
vinillo!

Ogro. De mi cosecha.

Tonino. Ya se ve que sois hombre rico.

Ogro. Asómate a esas ventanas. Tu vista alcanzará hasta
un monte lejano; pues hasta allí todo es mío.
Detrás de ese monte hay muchas más tierras
hasta llegar a un río; pues hasta allí todas son
mías. Detrás del río hay otras tantas tierras que
llegan hasta el mar; pues hasta el mar todo es
mío.

Tonino. ¿Pero el mar no? ¡Qué lástima!

Ogro. El mar no me serviría para nada. El mar es para
los locos y los navegantes, gente aventurera
Yo soy un hombre práctico…

Tonino. Ya se ve que sí.

Ogro. Vivo aquí más feliz que un rey.

Tonino. Es posible... Nunca vi comer a un rey con tan
buen apetito...

Ogro. Pues esto no es nada más que la merienda... Esta
mañana me almorcé una ternera asada... Y para
cenar... ¡Ah! Para cenar guardo el mejor bocado.

Tonino. (¡Huy! Ahora me mira. Se le habrá antojado guar-
darme para la cena.) Si vierais que con el cansan-
cio del viaje estoy tan poco presentable...

Bella. Ya os aviaremos.

Tonino. (¡Huy! Van a ponerme en salsa... Ésa será mi co-
cinera.) ¿Habéis terminado?






ESCENA II

TONINO y el OGRO.



Ogro. Sí, hombre, sí. ¿Tienes hambre?

Tonino. Un poquillo. Yo no he almorzado una ternera.

Ogro. Siéntate y come. Yo no soy un avaro. Puedes
atracarte a tu gusto... Pero no vaya a darte un
torozón.

Tonino. (¡Huy, cómo me cuida!...)

Ogro. Bebe, hombre, bebe. Alégrate..! Yo no me como
a nadie, como habrás creído antes. No, no...
Es que cuando tengo hambre me pongo de mal
humor; pero en cuanto he comido soy el hombre
más alegre. Bebe, hombre, bebe.

Tonino. (¡Malo! Quiere emborracharme... para echarme a
la cacerola sin que me entere.) No, no, gracias.
(¡Huy! Y este vino se me sube a la cabeza de un
modo... Van a guisarme sin sentirlo.) Aunque sea
mal preguntado: ¿van a ponerme unas patatitas?

Ogro. ¡Oh! ¡Patatitas! ¡Comida de pobres!... Te pondremos
trufas.

Tonino. (Como a un pavo.) ¿Y no teméis que se os indigeste?

Ogro. Nunca he padecido indigestiones.

Tonino. (Pues como yo pueda...)

Ogro. (Canta) : «La vida es alegre,
comer y beber...»

Tonino. ¡Qué hermosa voz!

Ogro. ¿Verdad que sí?

Tonino. (Le adularemos.)

Ogro. «La vida es alegre...»

Tonino. (Me parece que la ha cogido... Si se emborrachara
y pudiera escaparme...) Vaya si tenéis buen
humor. Al principio no lo parecía.

Ogro. Antes de comer estoy siempre malhumorado.

Tonino. Bebed, bebed...

Ogro. Y tú también...

Tonino.(¡Ay! Que me parece que caigo yo antes...)

Ogro. «La vida es alegre,
comer y beber...»

Tonino. ¡Qué bonita canción!...
«La vida es alegre...»

Ogro. Me parece que el alegre eres tú... Así me gustas.

Tonino. (Le gusto con vino...)

Ogro. Vamos... Dime algo gracioso, bufón...

Tonino. ¡Para gracias estoy yo ahora! ¡Tengo unas ganas
de llorar!... ¡Ah! ¿Qué habrá sido de mi señor?
(Por supuesto, lo que será de mí...) ¡Pobre Príncipe!

Ogro. No; llorona, no.

Tonino. (¡Pobre de mí! ¡Ah! ¡Qué idea!...) ¡Ay, ay!...

Ogro. ¿Qué te pasa?

Tonino. ¡Estoy envenenado! ¡Ah!... ¡Estoy envenenado!...
¡Ese vino está envenenado!... ¡Tengo un perro rabioso
dentro! ¡Ah! Rabio, muerdo. ¡Estoy envenenado!

Ogro. Estás borracho...

Tonino. No podéis comerme... Os haría daño... ¡Ay, ay!...

Ogro. La indigestión... Yo no tengo nunca indigestión...
¡Ah!...

Tonino. Se ha dormido... ¡Me he salvado!... La ogresa parece
buena mujer y me dejará escapar... ¡Cómo
ronca!... ¿Por dónde puedo salir?... Pero antes
conviene hacer provisiones... ¡Ajajá!... Con esto
ya puede hacerse el camino...




ESCENA III

Dichos y la BELLA.



Bella. ¿Dónde vais?...

Tonino. (¡Ah!... No hay escape...) Se ha dormido, y por no
despertarle me iba a terminar de comer por allí
dentro...

Bella. ¿Dormido? Vaya... Ya tenemos la de un día sí y
otro no... Luego se despierta con un humor que
nos comería a todos...

Tonino. ¿Sí, eh? Pues antes de que se despierte...

Bella. Veré si puedo acostarle. ¡Eh! Vamos arriba.

Ogro. ¿Eh? «La vida es alegre...»

Bella. Vamos. Ayudadme a sostenerle...

Tonino. No, no, gracias. No sea que vuelva en sí y me
dedique la primera dentellada...

Bella. ¡Ay! ¡Qué hombre! ¡Qué hombre!

Príncipe. (Dentro.) ¡Ah de la casa! ¿No hay nadie?

Tonino. ¿Qué oigo? ¡Mi señor! ¡El Príncipe! ¡No le ocurrió
nada!...

Príncipe. (Dentro.) ¡Abrid! ¡Ah de la casa!

Bella. Voy, voy... Sostenedle entretanto... Hacedme el
favor... (Sale.)

Tonino. Yo debiera impedir que entrara el Príncipe...
Cuando el Ogro le vea tan joven, tan tierno...
¡Huy! ¡Y cómo pesa!.... Es claro: como una ternera
y un cochinillo juntos, sin contar los entremeses...
(Al ver entrar al Príncipe, corre a su encuentro
y deja caer al Ogro.) ¡Señor!... ¡Señor!... Cataplum!
¡Se desplomó la mole!




ESCENA IV

Dichos, el PRÍNCIPE, la VIEJA y el PRECEPTOR.


Bella. ¿Pero no veis que habéis dejado caer a mi marido?

Príncipe. ¡Oh, mi buen Tonino!...

Tonino. ¡Señor, señor! ¿Qué ha sido de vos? ¿Cómo librasteis
de vuestra aventura? ¿Os condujo aquel mal
camino a un palacio encantado? ¿Es ésta el hada
que ha de protegeros?

Príncipe. No sé, Tonino. Sé que escapamos por milagro de
unos bandoleros que querían asesinarme... Sé que
debo la vida a esta buena mujer... Cuando íbamos
por el bosque, los bandidos nos divisaron
desde lejos y corrieron en nuestra persecución..,
Esta pobre vieja no podía andar ligera y tuve
que tomarla en brazos... Yo corría entre los matorrales
y los riscos, y aquellos desalmados siempre
detrás amenazadores... Al llegar a un rastrojo,
no se les ocurrió cosa mejor que prenderle
fuego, y como el viento soplaba en la dirección
que llevábamos, pronto nos vimos amenazados
como por un mar de fuego, que avanzaba en
oleada terrible hacia nosotros...

Vieja. Nunca me saldrá el susto del cuerpo...

Tonino. ¿Y cómo escapasteis?

Príncipe. No lo sé. Yo aseguraría que volamos...

Vieja. Volar, no...; pero mucho corristeis a pesar de la
carga... Sois fuerte y bravo...

Tonino. De modo que no hubo palacios, ni princesas, ni
hadas... Ya decía yo. Aquel camino no podía llevar
a parte buena... Y a vos, señor Preceptor,
¿cómo os ha ido?

Precept. Yo estuve confrontando mis libros en todo ese
tiempo... No era posible que la Carta estuviera
equivocada... En efecto; el error era mío. Me
pasé de una línea a otra, y claro está: lo que en
la Carta es una pulgada, en el camino eran siete
leguas...

Tonino. Es que la verdad, en los libros como en la vida,
siempre está entre líneas.

Precept. Cuando el Príncipe regresaba de su accidentada
excursión... yo estaba dormido... Me despertaron...
Esta vieja nos trajo a esta casa, donde aseguró
que nos darían de comer.

Tonino. Eso sí, se come muy regularmente... Pero, ¡ay!,
que es para cobrarse con creces... Sabed que este
es el castillo del Ogro... Yo ya estoy apalabrado
para servirle de cena esta noche... Vosotros le serviréis
para desayuno de mañana.

Vieja. ¿Qué disparates decís?

Príncipe. ¡Ah! Esta es la prueba decisiva... Este es el ogro
que tiene en su poder a la princesa... ¿He de ven—
cerle, para desencantarle y llegar hasta ella?...
Pues venga pronto, y yo solo con mi espada...

Precept. Señor... No es bien sacar la espada contra quien
nos abre así las puertas de su casa... Ved que eso
de los ogros es pura fábula... Hay, sí, antropófagos...,
esto es, hombres que se comen a los demás
hombres..., de antropos, hombre, y fagos, comer;
pero en regiones salvajes, no en países civilizados
como éstos...

Príncipe. Tú que sabes. Mis libros dicen más verdad. ¿No
es cierto, hada mía? ¿No estamos en el castillo
del Ogro?

Vieja. Yo no sé de ogros.

Tonino. Él tiene traza de haber engullido mucho en este
mundo. ¡Si vierais su panza! ¡La de hombres
y mujeres y niños que debe de haberse tragado!

Vieja. Eso no; pero casas y pueblos enteros, sí... Ya
visteis al llegar que todo es pobreza en los alrededores,
y sólo las tierras y la casa de este hombre
son ricas. Él arrambló con todo..., comprando
aquí, prestando allá, arruinando a éste, engañando
al otro... Yo también fui una de sus víctimas...
Por él me veo como me veo...

Príncipe. ¡Ah! ¿Es el culpable de tu encantamiento? No
tardará en ser destruido. Salid acá, señor Ogro,
que el Príncipe Azul os espera!

Precept. Tened juicio.

Tonino. Nos comerá a todos.

Precept. Ved que estos ogros a la moderna no son como
esos de los cuentos.

Príncipe. Nada oigo, nada entiendo... Aquí ha de terminar
la aventura... ¡Protegedme, hada mía!

Vieja. ¡Detenedle, que ese hombre le matará!

Precept. ¿Qué haces que no defiendes a tu señor?

Tonino. ¿Qué hacéis vos?

Precept. A mí todo esto me parece un sueño.

Vieja . ¿Oís? Corramos... Van a matarle...



ESCENA V

Dichos. Salen el PRÍNCIPE corriendo sin espada, y detrás el OGRO con una tranca v la BELLA con una escoba.

Príncipe. ¡Ah! ¡Me ha vencido!

Ogro. ¡Bribón! ¡Tunante! ¡Amenazas a mí..., en mi casa!...


Bella. ¡Querer matar a mi marido! ¡Fuera!... ¡Ladrones!...

Vieja. ¡Teneos!

Precept. Ved que es mi señor...

Tonino. Ved que es el Príncipe...

Ogro. He de matarle...

Vieja. ¿No veis que está loco el pobre joven?... Tened
compasión...

Príncipe. Hada mía... Se rompió mi espada... Fue cosa de
hechizo... Me ha molido a palos...

Tonino. Y a escobazos.

Bella. ¡Habrase visto el mocoso!...

Ogro. ¡Salgan, salgan pronto de mi casa!... Y agradezcan
que salen vivos...

Tonino. ¡Ah! Menos mal...

Príncipe. Hada mía... ¿Qué es de tu poder? ¿Por qué no
me salvas ahora como antes?

Vieja. Ya salvas la vida... ¿Qué más quieres? No tardemos
en salir de esta casa maldita.

Ogro. ¿Qué dice esa vieja?...

Vieja. ¡Sí, sí! ¡Maldita! ¡Maldita!

Ogro. ¡Por vida!...

Bella. Déjalos... Salgan pronto...

Príncipe. Sí, saldremos... Pero yo volveré con todos los
ejércitos del Rey mi padre si fuera preciso... Yo
volveré para castigarte y vengar a todas sus víctimas...

Vieja. Eso no será malo.

Ogro. ¡Pobre criatura! Llevadle a sus padres, o acabará
mal si da en estos desatinos.

Tonino. No le impacientéis más. Salgamos.

Príncipe. ¡Ay!... ¡No puedo más!... Me duelen las costillas.

Precept. ¿A dónde iremos ahora?

Vieja. Venid conmigo. Yo os guiaré a lugar donde seáis
más afortunados.

Príncipe. Ya sabía que era difícil el camino..., pero nada
me importa... ¡Estaba tan seguro de que era el
camino de la felicidad!... Llévanos donde quieras.



CUADRO SEGUNDO

El palacio del rey Chuchurumbé.


ESCENA I

Las tres Hijas del rey Chuchurumbé, con sus Pajecillos.

Hija 3. ¿No os aburrís mucho, hermanas? ¿En qué estáis
pensando?

Hija 1. Yo me divierto con mirar al cielo.

Hija 2. Yo, con escuchar el ruido del mar.

Hija 3. Yo miraba al camino, por si llegara alguien que
pudiera divertirnos... ¿Qué haríamos para pasar
la velada entretenida?

Hija 1. Cantar.

Hija 2. Decir versos.

Hija 3. ¡Qué tontería!

Hija 1. En estas noches de verano no se puede trabajar
con luz...

Hija 2. Además, el Rey nuestro padre dice que se gasta
mucho mineral...

Hija 1. Si no, yo leería...

Hija 2. Yo bordaría... Pero no tenemos más luz que la
de la Luna...

Hija 1. Jugaremos al corro. Vamos, hermanas...

Hija 3. ¡Qué tontería! Juego de niñas...

Hija 1. ¡Pero es tan bonito!... No hay juego más bonito.
Cantar todas al mismo tono y cogidas de las manos...
Como si nunca hubiéramos de soltarnos y
siempre hubiera de cantar la misma canción infantil
en nuestros corazones...

Hija 3. Jugaremos, si os divierte...

Hija 1 y 2. Sí, sí... ¿Qué cantaremos?

Hija 3. Lo que menos sentido tenga.

 (Juegan al corro y cantan)

«Al alimón, al alimón,
que se ha roto la fuente...»




ESCENA II

Dichas y el REY.


Rey. ¿Qué es esto? Nunca tendréis juicio. Así no os
casaréis nunca...

Hija 1. Yo no quiero casarme...

Hija 2. Yo tampoco...

Hija 3. Yo sí, yo sí...

Hija 1. ¿Para qué quieres casarte?...

Hija 3. Para lucir ricos trajes y joyas y tener carrozas
de oro con caballos blancos y penachos de aves
del Paraíso...

Hija 1. ¡Qué tontería! ¿Y si el marido es malo?

Hija 2. ¿Y si tienes muchos hijos y no tienes tiempo
para componerte?

Hija 3. A los niños les pondré ayas. A mi marido le compraré
un coche de esos que andan solos, para
que se entretenga...

Rey. Sois unas locas, y así andáis en lenguas de todos.
Ya sabéis lo que se dice de mí y de vosotras en
todas partes.:. “Este era un rey que tenía tres
hijas y las metió en tres botijas; las vistió de colorao
y las echó por un tejao...”

Hija 3. ¿Qué gracioso sería el que lo dijo? ¿Por qué no
le hicisteis ahorcar?

Hija 2. No es para matar a nadie. A mí me hace gracia…

Hija 3. Nunca nos hemos vestido las tres lo mismo.

Rey. Por no estar de acuerdo en nada.

Hija 1. Yo prefiero ir siempre de carmesí, que es color
señorial, muy propio de prelados y dignatarios
y de mujeres que llevan muy buen gobierno de
su casa...

Hija 2. Yo, de verde, que es color de los campos y de
los mares..., alegría y esperanza de todos... Que
no debe uno pensar sólo para sí y para su casa.

Hija 3. Yo, el blanco, que es color de la nieve y toma el
color de todas las luces y todos los reflejos... Más
blanco a la luna, dorado al sol, rojo al fuego,
azul a la orilla de los lagos, plateado al borde de
las fuentes...

Rey. Sois unas locas, y no podré casaros nunca y
arruinaréis mi reino...

Hija 3. Mirad, mirad... Por allí viene un galán caballero.

Hija 1. Sí, sí...

Hija 2. Será el Príncipe Azul, que ahora viaja por el
mundo para instruirse...

Hija 1. Para casarse...

Hija 3. Para divertirse…

Rey. Si fuera él, bien venido sea..., que el Rey su padre
es mi amigo y aliado, y mucho me convendría
casarle con una de mis hijas... Tened juicio y no
hagáis cosa que pueda asustarle..., o por los catorce
picos de mi corona, que acabaré por hacer
con vosotras lo que dice el vulgo: os meteré en
tres botijas...



ESCENA III

Dichos y el PRÍNCIPE.


Príncipe. Salud, gran Rey. Salud, bellas Princesas, ¿No es
éste el palacio de Chuchurumbé?

Hija 3. (Que cuanto más se mira, menos se ve. Parece
tonto.)

Rey. (Ten prudencia y crianza...) Yo soy el rey Chuchurumbé,
noventa y nueve duplicado de este nombre,
que no quise prolongar la serie en tan mal
número. Éste es mi palacio, y éstas son mis tres
hijas. Y vos, amable joven, ¿quién sois?

Príncipe. ¿Conocéis este anillo?

Rey. ¿Sois el Príncipe Azul? Hijo de mi mejor amigo...
¡Ah! No sabéis cuánto me alegro de veros y
cuánto quiero a vuestro padre... Veinticinco años
llevamos de estrecha amistad, y en ese tiempo
sólo hemos tenido tres guerras, que yo he perdido
siempre. Podéis figuraros si tendré interés
en evitar la cuarta... ¿Qué os parecen mis tres
hijas?

Príncipe. A cual más bella.

Rey. ¡Oh! La belleza es lo de menos... La educación
la educación... Son mujeres de su palacio. Ellas
cosen, ellas guisan... Harán feliz a un hombre;
mejor dicho, a tres hombres..., porque las leyes
no permiten que uno solo se case con las tres; y
creed que yo celebraría que por vos pudieran
alterarse las leyes.

Hija 3. Dices muchos disparates, papá...

Rey. (Calle la mocosa... Acabaréis por asustarle... Dejadme
a mí, ya que, por desgracia, no tenéis madre
y tengo yo que hacer estos papeles...)

Príncipe. Ya sé que sólo a una puedo elegir..., y será a la
que yo amaba sin conocerla... Yo sé por mis
libros que, de las hijas de los reyes, siempre la
menor es la más bella y virtuosa...

Hija 1. (¡Qué necio!)

Hija 2. (¡Qué inocente!)

Rey. (Guardad compostura.) Sí. Eso dicen los libros y
los cuentos... Y... (le endosaremos la menor, que
es la peor criada). Y así es... Esta es su mano. 0s
lleváis la mejor perla de mi corona.

Hija 2. (No es feíllo..., y será un rey poderoso...)

Rey. Reuniré a mis ministros para firmar los esponsales...
Mañana empezarán los regocijos con un
gran besamanos...

Príncipe. ¿A eso le llamáis regocijo?... No hay nada más
aburrido...

Rey. ¡Para nosotros! Pero a los cortesanos les divierte
mucho.



ESCENA IV

Dichos, la VIEJA, TONINO y el PRECEPTOR.


Rey. ¿Qué gente es ésa?

Príncipe. Es mi comitiva, señor.

Rey. Extraño acompañamiento de un príncipe.

Tonino. Os escapasteis de la posada. Locos anduvimos
hasta dar con vos.

Príncipe. Vi el palacio de mi princesa, y emprendí yo solo
el camino... Ya sabía yo que mi hada no tardaría
en buscarme. He aquí el hada, Princesa, que me
trajo hasta aquí. Saluda a mi esposa, a mi Princesa...

Vieja. ¡Cómo! ¿Estáis casado?

Tonino. No vi hacer matrimonio tan de prisa...

Príncipe. Así leí que fueron siempre los casamientos de
los príncipes.

Vieja. ¡Pobre joven!... ¿Y conocíais a vuestra novia?

Príncipe. De toda mi vida. Es la hija menor de un rey : la
que es siempre bella y virtuosa... Tú lo sabes
bien, hada mía... Ya ves que tocios los trabajos
concluyeron. ¿A qué esperas para mostrarte en
tu verdadera forma?

Vieja. ¡Ay, ay! ¿A qué espero? A que tengas juicio. ¿Tú
no sabes lo que se dice de estas hijas del Rey?...
Tú no eres de estas tierras, y no las conoces-
La menor es una tarasca.

Príncipe. ¿Aún quieres exponerme a otras pruebas?

Vieja. Hasta mis soledades llegó la fama de su falta
juicio y de crianza. ¿Crees en mí?

Príncipe. Siempre.

Vieja. Pues deja a mi cargo este asunto... ¡Ah, señor,
Princesas!... Al entrar aquí oímos lamentarse a
vuestros criados... Tres lindos animales que eran
vuestro recreo se habían escapado de sus jaulas.

Hija 1. ¡Mi tití!

Hija 2. ¡Mi cotorra!

Hija 3. ¡Mi rata blanca!

Vieja. Los criados lloraban, porque temen ser castiga-
dos muy duramente...

Hija 3. Los haré matar. ¿Verdad, padre mío?

Hija 1. Bastará con despedirlos. ¿No es eso?

Hija 2. No. ¡Pobre gente!... Un animal no vale la pena
de causar un dolor a nadie...

Vieja. ¿Qué decís ahora?

Príncipe. Mi princesa no tiene buen corazón...

Vieja. Esperad... Al entrar dejé caer unas monedas,
todo mi caudal... ¿Qué haré para recobrarlo?

Hija 3. Id a buscarlas.

Hija 1. Yo mandaré que las busquen los jardineros.

Hija 2. ¿Dónde cayeron? Venid conmigo, y yo las buscaré.

Vieja. ¿Qué os parece?

Príncipe. No es mi Princesa la que tiene mejor corazón.

Vieja. Esperad... El Príncipe trae tres regalos para las
Princesas... Una joya, un libro y una flor. Él
sabe cuál ofrecer a cada una... Elegid vosotras.

Hija 3. Yo la joya.

Hija 1. Yo el libro.

Hija 2. Yo la flor.

Vieja. La que eligió la joya piensa en parecer bien a
todos. La que eligió el libro piensa en parecer
bien a sí misma. La que eligió la flor, en que sus
hermanas parezcan bien, porque piensa en las
demás y no en sí misma... ¿Qué dices ahora?

Príncipe. Que ésta es mi Princesa, y tú el hada buena
Que me enseñó a vivir.

Vieja. Por vieja, y no por hada.

Hija 3. ¿Consentiréis que así me desprecie? Debéis declarar
la guerra al Rey su padre.

Rey. No. La cuarta paliza, no. Yo me alegro de que tu
hermana sea la preferida. Os lleváis la mejor
perla de mi corona.

Hija 3. Le sacaré los ojos.

Calla, basilisco. Yo no quería deciros nada; pero
los cuentos... son cuentos...

Precept. Embustes, mentiras... No hay más verdad que la
Ciencia.

Tonino. No hay más verdad que echarse a lo que salga.

Precept. Vuestros padres llegan.

Príncipe. ¡Qué alegría!

Rey. ¡Oh! Mi excelente amigo...



ESCENA ÚLTIMA

Dichos, el REY y la REINA,


Reina. ¡Hijo mío!

Rey. Chuchurumbé, esos brazos…

Chuchur. Estáis muy bien conservado.

Príncipe. ¿Cómo fue venir en mi busca?

Rey. Supimos que andabas haciendo desatinos, y con
lo puesto emprendimos el viaje. ¿Era así como
cuidabais del Príncipe?

Precept. Señor... El Príncipe es un carácter vehemente,
imposible de gobernar.

Príncipe. No hagáis caso... Ya veis que nada malo me ha
sucedido.

Reina. Tomaste los cuentos al pie de la letra, y creíste
ver hadas, ogros y princesas de cuentos... Has
estado a punto de perecer..., has podido casarte
con una mujer insoportable...

Hija 3. Diga usted, señora..., ¿qué es eso de insoportable?
El insoportable, el mal criado y el títere es
su niño. ¡Monicaco! (Le saca la lengua.)

Reina. ¿Qué Princesa es ésta?

Rey. ¿Estás ya desengañado? ¿Aprendiste que la vida
no es un cuento de hadas?

Príncipe. No, al contrario. Vi realizados todos mis sueños
porque creía en ellos. Encontré almas buenas
como las buenas hadas; encontré hombres fero-
ces como los ogros; encontré una princesa como
las princesas de los cuentos. Para esta buena
vieja, que me salvó con su compasión y me
desengañó con su experiencia, te pido ricos ga-
lardones, porque fue mi hada buena. Para un
hombre feroz como los ogros que arruinan a
pobres y llevan la miseria a todas partes con su
egoísmo, te pido justicia.,. Para mi Princesa, q
si no es la menor de las hijas de un rey, como
en los cuentos, es la que mereció mi cariño,
pido amor de padre... Ya ves que mi viaje no i
tan desgraciado, ni pudo desengañarme de r
ilusiones... Aprendí que todos llevamos un hada
protectora a nuestro lado; que si la oímos siem-
pre, podemos hacer felices a cuantos nos rodean
y serlo también nosotros... Aprendí que es pre-
ciso soñar cosas bellas para realizar cosas bue-
nas... ¡Gloria a mis cuentos de hadas! ¡No malde-
ciré nunca de ellos! ¡Felices los que saben hacer
de la vida un bello cuento!...

Tonino. Queridos niños : un aplauso de vuestras maneci-
tas es la mayor gloria para un poeta, porque sois
el porvenir... Sea el de vuestra vida, que es la
vida futura de nuestra España, como un cuento
de hadas en que triunfa el bien siempre de todos
los males..., y todos son felices como el Príncipe
Azul de éste cuento, queridos niños.



TELÓN