Cambiar las palabras
o cambiar la realidad
Modificar solo el
significante es un fenómeno transformador que obtiene logros útiles, aunque
pasajeros
ÁLEX GRIJELMO 25 ABR 2012
Todas las opiniones difundidas en las últimas semanas
relacionadas con el género —suscritas por académicos, especialistas en sexismo,
lingüistas o polemistas en general— tienen razón, aun pareciendo enfrentadas.
La discusión existe, creo, porque el problema se aborda
desde perspectivas discrepantes, no porque esté sometido a discrepancia el
fondo del asunto: la necesidad de eliminar cualquier discriminación, incluida
la que propicie el lenguaje.
Por un lado escriben quienes creen que las palabras pueden
cambiar la realidad. Y por otro, quienes sostienen que es la realidad la que
cambia las palabras. Dicho de una forma más técnica: quienes ponen su punto de
mira en los significantes y quienes se fijan más en los significados.
La historia de la lengua nos ha enseñado que esos dos
fenómenos transformadores son posibles, si bien el primero (“las palabras
cambian la realidad”) suele obtener logros solamente pasajeros; y sin embargo
útiles.
Por ejemplo, en los eufemismos se desvanece con los años el
efecto perseguido; porque modifican la percepción de la realidad —no tanto la
realidad misma—, pero sólo durante un periodo. No por decir “reforma fiscal”
desaparece la subida de impuestos; y además al cabo de un tiempo ya todo el
mundo sabe lo que significa realmente “reforma fiscal”.
Eso se debe a que el contexto suele afectar al significado
de cada vocablo, como ha estudiado la pragmática (Austin, Grice y compañía).
Quizás la expresión “los derechos de los españoles y las españolas” se asocie
en nuestro contexto a una mera diferencia de sexo en una situación de igualdad
jurídica; pero podemos dudar si sucederá lo mismo al decir “los derechos de los
saudíes y las saudíes”. Tal vez en este segundo caso el contexto nos haga
separar a los saudíes de las saudíes, en la misma estructura gramatical que
juntaba a los españoles y a las españolas. Dicho de otro modo: no por ser
iguales en el lenguaje somos iguales en la sociedad.
Intentaré explicarme mejor.
La palabra “llave” designó siempre un objeto metálico que
sirve para abrir y cerrar las puertas. Sin embargo, en el hotel nos dan una
tarjeta de plástico y nos dicen “aquí tiene usted su llave”. Por tanto, ha
cambiado la realidad sin que cambie la palabra que la nombra. Siguiendo con el
mismo vocablo, no es lo mismo decir “no olvides esa llave” cuando el contexto
implica que podemos despistarnos y dejarla sobre la mesa, que “no olvides esa
llave” cuando se lo dice el entrenador al yudoca.
Si nuestro contexto específico modifica en cada caso las
palabras, es posible por tanto que dejen de parecernos sexistas algunas
expresiones cuando haya dejado de serlo la realidad que las enmarca.
Llevado todo esto al problema de la discriminación o la
ocultación de la mujer, da la sensación de que las posturas se dividen entre
quienes esperan que los cambios sociales modifiquen los significados (como está
sucediendo con “mujer pública”, por ejemplo) y quienes prefieren actuar primero
y con urgencia sobre los significantes (y elegir “la judicatura” en vez de “los
jueces”, o “el profesorado” en vez de “los profesores”).
Hasta hace sólo unos años, en efecto, “mujer pública” era
sinónimo de prostituta (frente al significado de “hombre público”). Tal vez no
resulte osado sostener ahora que dentro de muy poco nadie hará aquella
asociación, habiendo ya casi tantas mujeres como hombres en el desempeño
político.
En definitiva, un grupo piensa que se cambiará antes la
realidad si se cambian primero las palabras, y el otro cree que cambiar la
forma de hablar de millones de personas puede ser incluso menos rápido que
cambiar la realidad. Por el contrario, quienes critican esta segunda
perspectiva opinan que, así como son necesarias las cuotas para que la mujer
ocupe su lugar (y yo estoy a favor de las cuotas), hace falta intervenir en el
idioma para acelerar también la igualdad gramatical y social. Y muchas de sus
recomendaciones, en efecto, se pueden cumplir sin esfuerzo ni artificio: “los
derechos de la persona” en vez de “los derechos del hombre”, por ejemplo.
Ahora bien, tenemos un problema: en tanto que los contextos
intervengan en los significados, estamos perdidos si queremos gobernar
solamente las palabras.
A la última rueda de prensa de la Moncloa asistieron cerca
de treinta periodistas, y nadie pensará al leer esto que se trataba sólo de
hombres, porque estamos acostumbrados a ver a muchas mujeres en ese escenario.
Pero si alguien dice “diez policías intervinieron en el rescate”, es muy
probable que pensemos en diez hombres, porque la policía todavía está formada
principalmente por hombres; y sin embargo ninguna de esas palabras del sujeto
gramatical tenía marca de género. Y si decimos “al concurso de belleza se
presentaron 23 jóvenes” (tomo el ejemplo de Álvaro García Meseguer, autor de
varias obras sobre sexismo lingüístico), quien lo escuche habrá pensado en 23
mujeres, porque la mayoría de los concursos de belleza son femeninos.
El día en que los concursos de belleza masculinos sean tan
numerosos y mediáticos como los femeninos, la percepción cambiará; y lo mismo
ocurrirá, en sentido contrario, cuando en las operaciones policiales
intervengan en igual medida mujeres y hombres.
Pero tanto cambian la realidad y el contexto nuestra
percepción de los vocablos, que una expresión inclusiva como “mis padres”
(nadie habría dudado hasta hace poco que eso incluye al padre y la madre) puede
dejar de serlo, y parecer ambigua a medida que se den más casos de hijos con
dos padres varones.
No tenemos la forma de calcular si resultará más rápido cambiar
los significantes que usan millones de personas o más rápido cambiar esta
realidad tan masculina para cambiar así nuestros significados. Por tanto,
podemos considerar las dos posturas igualmente bienintencionadas, y pensar que
con ambas se puede avanzar hacia el objetivo.
El punto de encuentro parece posible, en definitiva, porque
el propósito común es mejorar la realidad. Si partimos de eso y los dos grupos
saben escucharse sin prejuicios, el diálogo entre ellos resultará más rico y
menos desabrido.
Álex Grijelmo es periodista y autor de varios libros sobre
el periodismo y el lenguaje.
PRÁCTICAS PARA EL EXAMEN DE SELECTIVIDAD.
1. Tema y estructura.
2. Resumen.
3. Comentario crítico.
4. Analiza uno de los cuatro periodos oracionales subrayados
y comenta qué relaciones se establecen entre las oraciones que lo componen.
5. Los géneros periodísticos.